jueves, 19 de marzo de 2020

Sin más preámbulos.


La calma irrompible que se respira antes de un evento traumático es la prueba de que somos entes de cambio. Nacimos, crecemos y morimos para cambiar, y usted puede vestirse como el de ayer, caminar, practicar las que eran sus miradas y al entrar en ese cuadrado perfecto que es la intimidad consigo mismo, se halla en ese espectáculo ridículo en el que intenta convencerse de que se conoce. Sabe usted mejor que nadie cuánto extraña ese segundo en el que era una versión de sí mismo que conocía y ni hablar de las horas y las maneras de perder la cabeza intentando encontrarse en los recuerdos, esa, esa calma que no puede inventarse, que no puede atrapar en los bolsillos es usted. Lo superficial no puede llenar algo que se compone de partículas invisibles, de repente su cuerpo siga siendo el mismo, el espejo no le muestre cambios que justifiquen su ausencia, y afuera muchas cosas cambien, desde luego, pero sabe que la sed de usted mismo no se llena con el exterior, apostando el hecho de que no nos queda más remedio que aceptarnos, nos damos la oportunidad de conocernos; Hola yo, qué bien te ves hoy, hola yo, me llamo tú. Un juego de palabras, una ironía que juega a tentarnos tanto que nos terminamos gustando, para la versión de mí que es hoy, que sabe y se siente a calma, y que no sé cuánto va a durar, gracias por tu dulce compañía, no hablemos de los hechos traumáticos que te pueden alejar o acercarte demasiado, no nos apeguemos a la idea de la rutina tampoco, que te quiero dulce y divertida, sin miedo a la ruleta, sin miedo a los vaivenes y en los cruces, sé valiente querida, que un estornudo no nos lleva al desconocimiento.

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